jueves, 26 de junio de 2008

Comentario de esta imagen y sobre la obra de Terre por Yann Henry


© Ricard Terré
Blancos. Una saturación de blancos cruzados y brillantes, los de las ropas de la primera comunión y de los guantes, de los velos de organdil y de las flores frescas abiertas. Blancos que resplandecen en esta fotografía sin estetismo, donde sólo permanece una extraordinaria carga de humanidad.
Un color metonímico del alma impoluta de estas niñas que comparten su juventud. Un blanco cándido, con el candor del candidato, es decir de aquel que va a cambiar de condición; como el de la casada, de la revelación, de la transfiguración que deslumbra.
Y de estos blancos brota la gracia: " Un ángel entre ángeles ", dirá Ricard Terré de esta preciosa niña anónima que él ha extraído de entre la multitud, con un espíritu de comprensión y una mirada cargada de amor.
Todas los fotógrafos viven con la esperanza de atrapar un instante como éste, uno de los más célebres y más bellos que nos ofrece la fotografía española.

En 1958, Ricard Terré ( Sant Boi, Barcelona, 1928 ) perteneciente entonces a una generación de jóvenes fotógrafos ( reunidos la mayor parte alrededor de la revista AFAL ), influenciados por el trabajo de foto-reporteros extranjeros como Robert Frank, William Klein, Henri Cartier-Bresson o Eugène Smith. Apartándose de los concursos para fotógrafos aficionados o de una estética pictorialista moribunda, ellos intentan practicar un realismo documental y humanista, próximo al mostrado en la monumental exposición "The Family of Man", que Steichen había organizado en 1955 para el Museo de Arte Moderno de Nueva York.

Aquí, en esta instantánea tomada en 1958, en Sant Boi, un pueblo a nueve kilómetros de Barcelona, es la mirada de esta niña, afectada por un estrabismo convergente, lo que llama inmediatamente nuestra atención.
Nos encontramos aquí en un momento de vacilación, de transición, de relajación de la atención de las jóvenes comulgantes, impacientes por pasar a la morada de Dios, y que han olvidado la presencia del fotógrafo, mas ocupadas por el tumulto y la excitación del momento, escudriñando con la mirada a la familia endomingada o la columna de muchachos de los cuales les han separado. Todas, inmersas en la euforia de un domingo de mayo, con la excepción de una de ellas, la única que hace frente a la entrada de la iglesia, en una actitud hierática, magnificada por la luz que alumbra su bello rostro, acentuando los planos y el carácter voluntario.
La mano crispada sobre su delgado ramillete de gipsofilias, - que contrastan con los gladiolos y los aromas de sus compañeras, - y que su madre, sin duda, ha juntado y arreglado con papel de aluminio, ella mira al fotógrafo construir su imagen en el punto central: sus ojos, los únicos que existen en esta fotografía y que miran fijamente al espectador. Las otras comulgantes miran a sus compañeras o están vueltas hacia el exterior de la imagen, acechando también a la madre beata y al padre que estrena su corbata, y por esto mismo dando mayor emoción todavía a la soledad de la que nos mira de frente.

Es de resaltar la diagonal que partiendo del ángulo inferior de la imagen, desde el ramo de gladiolos, hasta otra comulgante con gafas cuya mirada se dirige hacia afuera de la imagen. Esta diagonal nos conduce, en una sinuosidad perfecta, hasta la cara de la "Bizca", situada entre dos comulgantes, con posiciones casi simétricas, y con sus caras borradas por la subexposición. Casi en el centro de la fotografía, la luz ilumina en especial sus ojos, la riqueza de la textura del vestido, sus pendientes, adecuados para el acontecimiento. En las copias que realizará de esta imagen, Ricard Terré se esforzará en hacer resaltar toda la estridencia apagada del vestido, con el fin de distinguir la gasa y el organdil, de mostrar los grises de las manos y de la cara, todos los detalles en fin, que describen la ilusión y el lujo de un día para las personas humildes.

Pero, ¿ qué es esta imagen si nos quedamos en resaltar su perfección plástica ? Una "imagen bella", pero no conoceremos jamás la carga simbólica que encierra.
En una España donde la industria fotográfica estaba moribunda, donde la foto de la escuela, una vez al año, es recibida como un acontecimiento, esta imagen es, puede ser, el primer encuentro fotográficio de esta niña. Y dado que toda fotografía es un auto-retrato, porque es la razón del acto fotográfico, la mirada del fotógrafo se convierte en opinión, no para denunciar sino como "aceptación y constatación", la actitud tranquila del que no cierra los ojos frente a la realidad, incluso si aparece bajo su forma más cruda".

Y puesto que hay un dolor a dejarse tomar una fotografía, esta fotografía nos dice que quizás valemos algo por nuestros sufrimientos, porque son todos aspiraciones. Aquel día de primera comunión y tal vez únicamente aquel día por primera vez, la niña se habrá embriagado del porvenir y, porque ella también tiene derecho a ello, habrá soñado con el amor, esa gran ilusión que embellece la vida.

¿ Quién algún día podrá expresar lo que entraña esta cara tersa y llena de infancia, agobiada demasiado temprano por una carga que hace pesada su vida diaria ? A la edad en la que la vejez no es má que una abstracción, esta niña ya ha aprendido la resignación, es decir a apartar la mirada o a bajar la cabeza. ¿ Quién sabrá decirnos todo lo que le hizo falta en excusas y artificios, durante años, para ocultar el defecto que nos ofrece hoy ?. ¿ Cuántas veces se habrá refugiado en el silencio, como un tartamudo, a quien no le gusta nada más que hablar, pero que se calla ante el temor de las humillaciones a las cuales se expone su minusvalidez que lo aniquila todo, hasta las observaciones más vivas o nada menos que acertadas ?
Cuando los ánimos que le daban no eran mas que la complacencia burlona de los mediocres, ¡ qué fuerza necesitó para buscar ella misma por alguna parte, un sitio más limpio para vivir !.
Toda fotografía muestra y oculta: aquí, más que en cualquier otra parte, es " un secreto a propósito de un secreto ".

En el momento de elegir las obras que iban a ser expuestas en la segunda y muy celebrada exposición en la Sala Aixelá, en 1958, en Barcelona, los amigos del fotógrafo le desaconsejaron que la expusiera: tal vez la interpretarían mal. Ricard Terré no hizo caso de las recomendaciones amistosas, no viendo más en la foto mas " que un ángel el día de su primera comunión, totalmente ajeno a su defecto físico ". Durante esta exposición ( memorable por su resonancia ), un espectador se acerca al fotógrafo y le pregunta si es el autor de la foto:

" Como le contesté que en efecto, era yo ", cuenta Ricard Terré, " me dijo que tenía una ahijada aquejada del síndrome de Down y que viendo la foto, era yo el que tenía que ser el fotógrafo de su primera comunión ". Me agradó su deseo y acepté. Luego añadió: " todo depende de su precio ", y yo, así, sin pensarlo, le dije: " la operación del ojo de la chiquilla”. Aceptó diciendo que su amigo, el doctor Vila Coro, cirujano oftalmólogo, se encargaría de ello. Ya hechas la fotos de su ahijada, tuve que hacer un recorrido por las escuelas de Sant Boi para encontrar a la chiquilla del ojo bizco. Puse en contacto a sus padres ( de humilde condición ) con el doctor, unos días más tarde, dejaba definitivamente la región para instalarme en Vigo ".

Seis meses más tarde, Ricard Terré viaja a Barcelona y pasa una temporada en casa de su padre, en Sant Boi. Al día siguiente de su llegada, se presenta (avisados por el padre del autor), la joven bizca, que ya no lo era, acompañada de sus padres. Luce su vestido de primera comunión y lleva un pollo en la mano, a guisa de regalo. " Estuve veinte años sin hablar de esta historia, por pudor, pero mis amigos acabaron convenciéndome para que la contara ".

Juegos de espejos y revelaciones están en el corazón de cada acción fotográfica, y si esta niña nos seduce y nos conmueve, es porque despierta al niño que sobrevive en cada uno de nosotros. Porque revela lo mejor de nosotros mismos.
Conmovido en sus esperas y por los ojos que le miran, el espectador debe afrontar esta auto-revelación: la posibilidad de descubrirse a sí mismo. Así comprenderá que captando lo singular, Ricard Terré ha fijado lo eterno, y sólo en aquel momento, quizás piense que hay en torno nuestro tanta gente cuya alegría es indecente, que tenemos que bendecir nuestra desgracia, si ésta nos hace más dignos.
Comentario: Yann Henry
Profesor Coordinador de español
CNED - Rennes - Francia

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Shat esta foto y su historia son especiales....todo lo que desencadeno una mirada congelada en el tiempo..

shat- dijo...

Gracias, a mi me impacto al leerla.
Un abrazo